Público, 28 de diciembre de 2010. Gustavo Duch
El cierre del año 2010 es también el  final del Año Internacional a favor de la Biodiversidad declarado por  Naciones Unidas, por lo que esperemos que el asunto no se arrincone  ahora en el cajón de temas pendientes. 
Porque si algo tenemos claro, con  o sin año internacional, es que el futuro de la humanidad depende de la  nave en donde viajamos, la Tierra, y esta sólo continuará mientras sea  biodiversa.
La comunidad científica ha señalado en  numerosos informes que la situación patrimonial de la Tierra es  preocupante. Entre todos, destaca el trabajo elaborado por el Centro de  Monitoreo para la Conservación Mundial que, tomando diferentes  indicadores (como la apropiación de recursos naturales, el número de  especies amenazadas, la cobertura de áreas protegidas, la extensión de  bosques tropicales y manglares y el estado de los arrecifes de coral) y  su evolución desde 1970 hasta 2006, demuestra con objetividad y cifras  lo que la observación cotidiana y atenta de cualquier paisaje también  nos dibuja: disminución de especies y razas de distintos grupos de  mamíferos y aves, reducción de la extensión de los bosques y los  manglares, deterioro de las condiciones marinas y de las costas,  invasión de especies exóticas compitiendo con las especies nativas, etc. 
 El análisis le ha permitido a este centro dependiente del PNUMA  (Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente) afirmar que “los  gobiernos no lograrán cumplir su promesa de llegar a 2010 con una  reducción significativa de la pérdida de diversidad biológica”
Cuando se habla de pérdida de  biodiversidad, la primera mirada recae sobre los espacios naturales más  vírgenes y las especies animales más exóticas, pero si enfocamos hacia  los vegetales y animales que nos alimentan la fotografía es igual de  grave, y es bajo esta óptica más fácil relacionar la biodiversidad con  el futuro de la especie humana. 
De las 50.000 especies de aves y  mamíferos contabilizadas en el planeta, únicamente encontramos 40 de  animales domésticos de utilidad para la alimentación y la agricultura.  
Además, sólo 14 concentran el 90% de su aportación a la alimentación y  la agricultura.  
Es decir, a pesar de su relativa escasa importancia  sobre la diversidad global (40 especies sobre 50.000), las especies de  animales domésticos tienen una importancia enorme: satisfacen más del  30% de las necesidades humanas en alimentación y agricultura (carne,  leche, huevos, estiércol, etc.); en los países en desarrollo aún suponen  más del 60% de la fuerza motriz que se utiliza en la agricultura o en  el transporte; y se estima que, de forma global, unos 2.000 millones de  personas viven directa o indirectamente de la ganadería. 
No obstante, estas especies domésticas están también muy asediadas en su diversidad, esto es, en sus diferentes razas. En concreto la FAO (Organización Mundial para la Agricultura y la Alimentación), después de varios años de trabajo, presentó en 2003 la Lista de Vigilancia Mundial para los Animales Domésticos, donde reconocía la gravedad de la situación: se han perdido la mitad de las razas que había hace cien años y el ritmo de extinción es de seis razas de animales domésticos al mes, con lo cual, de mantenerse este ritmo, en los próximos 30 años se perdería el 40% de las razas a nivel mundial.
Sólo en España, según el  Catálogo Oficial de Razas de Ganado de 2008, el 81% de las 177 razas  locales registradas se encuentra en riesgo de extinción.
Así como todos los estudios coinciden en  señalar entre las causas de la pérdida de biodiversidad general el  cambio climático, el aumento de desastres naturales, el incremento de  incendios… y, desde luego, el papel del ser humano, en el caso de la  pérdida de diversidad de animales domésticos aptos para la ganadería, la  responsabilidad la hemos de focalizar en la generalización de un modelo  de alimentación único y global impuesto por una nueva especie que llegó  al planeta a ritmo de desregulaciones, privatizaciones y  liberalizaciones: las transnacionales de la alimentación.
Con la connivencia de las políticas públicas, estas corporaciones han impuesto una alimentación rápida, muy carnívora, de poco sabor e insana, que les permite –a ellas– expandirse y enriquecerse, y que se asienta en un modelo de industria ganadera, lógicamente, también muy homogeneizado y uniformizado.
Con los argumentos de la máxima  rentabilidad se ha primado una genética animal orientada a la máxima  producción de huevos, leche o carne; producciones con mayor cantidad de  grasa; o crecimiento más rápido de los animales, dejando de lado otros  valores como la capacidad de adaptabilidad o rusticidad. Sólo se  utilizan genética y animales de primera división que controlan unas  pocas empresas, relegando a la desaparición a muchas estirpes que han  estado siempre al acceso y bajo el control de campesinas y campesinos.
Así, me atrevo a afirmar que la velocidad a la que perdemos diversidad animal ganadera es proporcional a la velocidad en que las corporaciones de la alimentación aumentan su control en la cadena alimentaria.
Así, me atrevo a afirmar que la velocidad a la que perdemos diversidad animal ganadera es proporcional a la velocidad en que las corporaciones de la alimentación aumentan su control en la cadena alimentaria.
Gustavo Duch Guillot es coordinador de la revista ‘Soberanía alimentaria, biodiversidad y culturas’.