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No perdamos la cabeza detrás de los incendios

Foto: Santi M.Amil
 
Artículo de Xosé Luis Barreiro Rivas. La voz de Galicia

Cuando mis padres eran jóvenes, los montes apenas ardían, porque el uso de la leña como combustible, el de los tojos y retamas para fabricar estiércol, y el del fuego controlado para generar pastos, no dejaba en el monte nada que pudiese arder. Los únicos árboles que había estaban en soutos y carballeiras, cuyos campos se veían siempre limpios, y algunos frutales o arbustos que se plantaban en torno a las casas, siempre protegidos por un entorno de prados y cultivos.

Las cosas empezaron a cambiar cuando yo era niño, porque los montes fueron repoblados por el Servicio Forestal del Estado y porque la llegada del butano, de los abonos sintéticos, de las panaderías y de las calefacciones hicieron que la vegetación altamente combustible se acumulase en los montes por millones de toneladas. Y, unas veces porque quemaban a propósito las plantaciones del Estado, otras porque se le escapaba el fuego de las quemas controladas, y otras porque los tojos y las hierbas secas arden como la gasolina, empezaron a proliferar los incendios forestales.
Pero el problema se hizo incontrolable a finales de los setenta, cuando se abandonaron cientos de miles hectáreas cultivadas que protegían los núcleos de población; cuando se reforestó todo el país con especies maderables de rápido crecimiento; cuando una estúpida cultura del árbol dejó que el bosque creciese espontáneamente y se metiese entre las casas y fábricas que se espallan por todo el territorio; cuando las causas de los incendios -criminales o no- se multiplicaron en eficacia y velocidad; y cuando una percepción urbanita del bosque nos hizo ver los árboles y arbustos como criaturas de Dios de infinito valor, a cuya conservación y proliferación hay que sacrificarlo todo, incluidas las vidas de los brigadistas y aviadores que mueren cada año en maniobras innecesarias.

Definir como objetivo «cero incendios forestales» y aplicar a tal objetivo recursos cuantiosos por encima de toda racionalidad y eficacia es un gravísimo error, aunque todos coincidan en cometerlo. Y la idea de crear ciclos políticos de denuncia catastrofista en paralelo a la evolución de los incendios forestales -Fraga acusó a Sineiro por lo de 1989; el bipartito a Fraga por lo de 1995, 1998 y 2000; Feijoo al bipartito por lo del 2006; y la actual oposición a Feijoo por este otoño tórrido del 2011- empieza a ser cargante y muy desmotivadora, porque ya nadie cree que se pueda hacer política durante veinte años a propósito de la misma parvada.

Mantener un pulso con el fuego es una teatralización estúpida de la política de la que yo no quiero participar. Porque si algo tengo claro es que ni un solo metro cuadrado de bosque ardió específicamente por culpa de Núñez Feijoo o de Samuel Juárez, aunque la manipulación de la alarma social puede hacer que parezca lo contrario.
FEDERAPES